22 de julio de 2007

Hasta en las mejores familias

Padecer de despiste crónico, atolondramiento y distracción es sinónimo de ser quien soy. Y ayer todo eso me llevó nada menos que a pasitos de Constitución.

De repente, me encontré paradita en Avenida Caseros y Avenida Entre Ríos, puntos geográficos a los que nunca habría llegado de no haber sido por un percance como el de ayer.
Se me ocurrió ir a pasear a Florida luego de terminadas mis obligaciones laborales, impulsada por un antojo de Freddo. Hacia allí me dirigí, cantando bajito y caminando con absoluta tranquilidad. Luego de consumado el hecho (interprétese, luego de haber comido un helado ASAAAA DE GRANDE), decidí salir a recorrer la famosa peatonal en busca de quién sabe qué. Así lo hice, y se me hicieron casi las 9 cuando, con el burro agotado, y luego de unos cuantos tropiezos y dobladas de tobillo, me propuse rumbear a casa.

Llegué a la esquina de Tucumán y Florida cuando vi un colectivo que parecia ser el 99, por lo que apuré el tranco y lo alcancé. Me subí, me senté, me puse los auriculares, y me dejé llevar. Cabe mencionar mi estado de coma cada vez que apoyo mis pompis en un asiento de colectivo, motivo por el cual ayer, después de 30 MINUTOS, me di cuenta de que el paisaje que me rodeaba era perfectamente desconocido para mis ojos. Ferozmente le pregunto a la persona que tengo a mi lado: "qué colectivo es éste?!?!?!" A lo que el pobre pibe responde, medio en pánico, "el 6..." y con la sugerencia de que me baje en la intersección de las avenidas mencionadas ut supra por su abundancia de medios de transporte.

Qué más tenía que perder? Me bajé, con la cola entre las patas por desconocer caras, lugares, situaciones, y me fui a la primera parada de colectivo que se presentó ante mis narices. No hice más que esperar 2 segundos cuando asomó un colectivo cuyo cartel iluminadorezaba "Plaza Italia". Iluminada yo de felicidad por leer un lugar conocido y desde el cual podía llegar a casa fácilmente, trepé esos escalones sin pensarlo. Rogaba que realmente llegara a destino, y que no fuera otra mala pasada del destino de cruzarme con un chofer tan despistado como yo, con frágil memoria para cambiar los cartelitos. Por suerte, los paisajes iban tomando colores conocidos, acercándome cada vez más a mi hogar, dulce hogar. Me bajé en la embajada de E.E.U.U., caminé un par de cuadras y salí a Bullrich y Cerviño, donde abordé rauda el 166, que me dejó en la esquina de casa.


La moraleja de esta historia es, primero, nunca intenten ser como yo, es complicado desde donde lo mires y, segundo, si tienen plata para tomarse un radio taxi, háganlo sin pensarlo, porque esto de andar adivinando a qué colectivo te subís, es un garrón. Miren donde terminé yo.