21 de junio de 2010

Gente Linda

Su nombre era Michael. Pero todos lo llamaban "Señor Boschmann". Su estatura era promedio y era bastante regordete. Tenía poco pelo, algo grisáceo, por lo que calculo tendría unos 40 años, llevaba una prolija barba en forma de candado y siempre vestía lo mismo: zapatos negros acordonados, jeans gastados, como cansados y trabajadores, sweater gris oscuro y campera de cuerina marrón claro, casi beige. Pero lo más llamativo de su atuendo eran sus anteojos: de marco redondo, como los de john lennon, pero con vidrios cuadrados, dispuestos en forma romboidal, de color naranja muy clarito, casi como el color de un damasco. Los anteojos eran, además, de un tamaño más chico que el de su cara.

El señor Boschmann caminaba a un ritmo normal, con cara de paz, como si no le debiera nada a nadie, como si estuviera en armonía con el mundo entero. Pagaba sus cuentas el primer día hábil del mes y administraba sus ingresos como nadie: nunca le faltaba nada y tenía una abultada caja de ahorros en el banco de la ciudad. Nadie entendía cómo, pues el sueldo del señor Boschmann, a ciencia cierta, era bastante magro. Así las cosas, su cara era la más amigable y su sonrisa la más cálida que cualquiera haya conocido. Pero dejé de verlo hace ya mucho tiempo. La última vez que supe de él fue un miércoles, hace más de un mes, cuando el volumen de su canción favorita pudo haber perforado los oídos de cualquiera y su cantar pudo haber ganado el premio al más desafinado en la historia de la música. Pero estaba contento, y no le importó nada más que su felicidad, cuyo motivo sólo él conoció. "Le habrán aumentado el sueldo, qué suerte, pobrecito" pensé. Pero nunca más evidencié su alegría. Ni la vi. Ni la sentí. El señor Boschmann es mi vecino y hace más de un mes que desapareció de suelo Gifhorniano. Sigue pagando el alquiler, como de costumbre, dentro de los primeros tres días del mes, pero nunca más asomó la naríz ni se lo vio en el edificio. Quizás aún esté pegadito a la pared de mi cocina.
Lo extrañamos, señor Boschmann, dondequiera que vaya o esté, lleve su locura y su distante calidez. Aquí lo recordamos y aún lo esperamos con todo el secreto cariño que usted se supo ganar.