20 de febrero de 2011

La visita de mi hermano (2do relato con delay, de Agosto de 2010)

Estas 2 semanas pasadas estuve trotando todo el tiempo, llevando a mi hermano de acá para allá, mostrándole, contándole y todos los -ándole de todas las índoles. De repente, de alguna manera, la juego de "local" y como guía turística soy un verdadero fiasco. Yo no me pagaría a mi misma si tuviera que contratarme. Pero bueno, la zafo con los dones chamuyeros que Dios me regaló.

El lunes 19 aterrizó mi hermano a eso de las 5 de la tarde y esperó 1 hora para llamarnos y preguntarnos "¿por dónde andan? ¿Están ya en alguna parte del aeropuerto?" Pues no. La respuesta fue, llanamente, NO. Los tórtolos estaban, hacía 3 horas, al rayo del sol, deshidratados y con la lengua afuera como los perros, varados en la autopista por un accidente que incluyó un interesante incendio. "¿qué hago? ¿los espero o me tomo un tren a Hannover?" Preguntó el Diego. A lo que respondí que se tomara el primer tren que encontrara porque nosotros estábamos a 250 km de Frankfurt y ahora volveríamos a esperarlo a la estación de trenes de Hannover. Volvimos. Llegamos a la ciudad a eso de las 20 hs. Llama Diego: "Pati, mi tren llega a las 22:40 hs, es el que más temprano llega y tengo que hacer combinación en no-se-dónde". Listo, a esperar 2 horas y 40 minutos más... qué más da, al menos estamos en esta hermosa estación, donde abundan la comida y los aromas. (Para las que no lo saben, soy portadora de una importante obsesión con la comida de acá, toda concentrada en este mini mundito subterráneo, en la estación de trenes). "¿Qué hacemos?" -dice el Sebastian. A lo que le sigue mi sugerencia de salir, caminar un poco y luego volver, comer algo y esperar lo que restara hasta que llegara mi hermano. Salimos, caminamos (ahora ya con un clima perfecto, con el sol bajo y una temperatura primaveral-veranil que permitía pantalones cortos y remerita) y al marido le agarran ganas de "licuado de banana con leche". Sí, así como lo leen. Pero acá tal cosa no existe. Acá lo llaman, a la yanqui, Milkshake de banana con leche. Ok, lo pide y yo me pido una coca porque me deshidrato. Tomamos, pedimos la cuenta y partimos rumbo a Nordsee, un paraíso de comida a base de frutos de mar. Me pido un sanguchito de camarones y el Sebastian, uno de pescado en forma de hamburguesa. Puaj. comemos, digerimos y ya casi casi era la hora de arribo de Diego. Entusiasmada y contenta como perrito con 2 colitas, me fui a sentar, NOS fuimos a sentar, al andén 7. "Por fin!" -pienso. Después de tanto esperar, después de todo el cansancio, las idas y vueltas. No pasaron más de 5 minutos cuando la señorita del altavoz avisó: "Señoras y señores: el tren procedente de no-me-acuerdo-donde, con horario de arribo estimado a las 22:40 hs, sufre una demora de 80 (SI, OCHENTA!!!) minutos. El motivo: un tren de carga sufrió un desperfecto y está bloqueando el camino. Les pedimos disculpas". A punto de sufrir YO un desperfecto en mi sistema nervioso, vocifero, enojada con el mundo, con la vida misma: "Hija de puta, sos una hija de puta, me anunciás una demora de OCHENTA fucking minutos y me pedís disculpas así como si nada!!! Y A MI QUIEN ME PAGA POR EL TIEMPO PERDIDO TOOOODO EL DIA DE HOY??!?!?!? EEEEEHHH?!?!?! Quien!?!?! Vos me lo vas a pagar hiija de puta?!?!?!!" Sí, así como lo leen lo saqué de mis pulmones, con furia, con el corazón a punto de estallar. Y en castellano. El Sebastian abrió los ojos grandes porque quizás no haya entendido todo lo que dije, pero seguramente lo dedujo. "Juguemos a algo, mientras tanto, así matamos el tiempo" -me dijo. Y así comenzó una larga, aburrida de a ratos y divertida de a otros ratos, sesión de VEO-VEO. Que veo una cosa maravillosa de color color naranja, otra de color rojo, otra de color azul. El tiempo pasaba, pero en reversa, agachadito, agachadito, el muy turro. Se las hago corta: Diego Jorge llegó a las 00:30, me abrazó y me dijo: "no doy más!", hizo el reclamo correspondiente, recibió parte de la tarifa del boleto como compensación, comió algo y nos fuimos para casa. Llegamos a las 2 de la matina y al día siguiente brillé por mi ausencia en el salón de clases.


Y así empezó la odisea. Con todo esto quiero decirles que vengo mal dormida desde el lunes pasado, porque a partir de entonces todo significa clases + paseos de toda índole, al ritmo de Diego, que en cuanto a turismo significan "salsa", mientras que los míos, a diario, son más que nada un ritmo de balada de los 80s. Lo que les quiero decir es llanamente lo siguiente: me tuvo a los trotes limpios, y me agarró sin estado físico. En dos oportunidades, nos sentamos a tomar algo en unos banquitos de parque y/o plaza y me quedé dormida. Sentadita. Y así toda la semana. Pero la cosa siguió lunes, martes y miércoles, en París. Lo peor: la ida y el regreso. "Pati, te regalo los pasajes de ida y vuelta, por tu cumpleaños" -me dijo, contento. Agradecí, me alegré y no tuve mejor idea que preguntar: "a qué hora sale el tren??" Silencio. Me miró con sus ojos grandes y negros y me dijo: "eeehhh... no es tren. Es colectivo". Casi me agarra un síncope. Estuve a esto de perder la razón. Quizás no me comprendan. He aquí la sencilla aclaración: Un viaje de Hannover a París en bondi dura no menos de 10 horas. Sí, viajamos de noche, como de Buenos Aires a Bahía pero en un colectivo de categoría "semi-cama". Acá el ejecutivo o el suite no existen. Resultado: no hay rincón del cuerpo que en este momento no llore de dolor. Estoy durita y cansada. Agotada. Exhausta!

París es un sueño pero más estresante que el microcentro de Buenos Aires. Entre el Palacio de Versalles y el Museo del Louvre plagados de alienígenas de ojos achinados (me excluyo), mi paciencia llegó a su fin. Iban como paseo dominguero y bloqueaban todo paso disponible. Empecé a empujar y a sacar a la vida toda mi ira contenida. Los chinos no entendían nada y yo me sentía un poquito más relajada. Pero repito: son PLA-GA. Y mi hermano que camina a zancazos. Porque es pata-larga y yo pata-corta. Un zancazo de él son 3 pasos míos. La señora que saca a pasear al chichuahua y que por poquito no lo ahorca. El chihuahua con las patas prendidas fuego por tratar de alcanzar a su dueña y con el cuellito estirado tratando de no perder la vida decapitado. He aquí el chihuahua y mi hermano, la señora. Una de mis últimas frases antes de partir de regreso a casa, ayer: "Hace tres días que camino detrás tuyo, como si fuera tu guardaespaldas".

En fin, no me quejo, la pasamos super lindo y el finde nos encontramos en Colonia, esta vez con el Sebas incluido y dentro de territorio alemán. Y en auto! Dormimos allá y el domingo Diego vuela de regreso a Argentina, donde, espero, no lo aguarde ningún embotellamiento en la Autopista de regreso de Ezeiza a la Capital.

15 de febrero de 2011

A toda velocidad (con delay, del 10 de Septiembre de 2010)

(olvidado en algún rincón de mi computadora)

Son las tempranas 9:25 horas. Acabo de subir al motivo de mi felicidad de hoy. Sí, subir.

Hace más de una semana que estoy como loca preparando mi viaje medio relámpago a la ciudad capital: Berlín, para aquellos iliterados. Resulta que allí hay una Exposición de trabajos para gente con dominio de más de un idioma, preferentemente extranjera, a la que se me antojó ir. Sola. Es en un hotel paquete en las cercanías de Potsdamer Platz y a pasitos, además, de varias atracciones turísticas y/o culturales.

Pero la expo no es hoy, la expo es mañana. Así que si el día y las ganas me acompañan, hoy quiero hacer salida infantil: el Zoológico. Llevaré a la niñita animalera que hay dentro de mí, le regalaré un helado o alguna golosina y, de vuelta a casa, pasaré por el shopping para chusmear las nuevas colecciones Otoño-Invierno. Y mañana sí, casual pero elegante, me dirigiré al evento acompañada de mis zapatitos verdes, el nuevo saquito gris y, quiera la vida, también un fresco rostro y el cerebro a punto caramelo para mostrarle al mundo lo intermedio que es mi alemán. ¿A la salida? No sé, quizá me encuentre con Werner y Monique, mis anfitriones, para cenar o pasear por algún lado.

Así que así ha funcionado mi cerebro en estos últimos días: preparar, preparar, buscar, buscar, imprimir, imprimir (porque me hice un itinerario digno de la asistente ejecutiva que hay dentro de mí, además del pilón de CVs). Hasta dormí medio medio ayer a la noche. Por la ansiedad, calculo. Pero por suerte existen “cosas”, situaciones en el día a día que funcionan como la caricita en la mejilla, la rascadita de espalda, el cachetazo a tiempo. “Cosas”, situaciones que, literalmente, te cachetean. Para bien. Y hace un rato me subí a esa “cosa” y también situación, desde donde escribo: me subí a un ICE. Para quienes no saben, el ICE es el tren conocido como “tren bala”. Esta es la versión alemana y es de lo más linda. Y me da felicidad. Porque no bien se abrieron las puertas de vidrio automáticas que me daban paso a mi vagón, el número 34, sentí aromas de felicidad y escuché voces de felicidad. Aromas a desayuno tibio y voces tranquilas, cansadas algunas, energéticas otras. Y me tranquilicé, y me senté, y respiré, y escuché. A diferencia del tren, yo ya no voy más a toda velocidad.

6 de febrero de 2011

Volver

Estaba yo en un negocio de ropa, ojeando las remeritas estampadas. Qué linda la de rosas, qué simpática la de margaritas, qué anticuada la de azucenas... ¿me llevaré ese vestidito?.

-¡Hola, qué tal! ¿te ayudo? -preguntó exaltado el vendedor hombre en negocio de indumentaria exclusivamente femenina.
-Hola, no gracias, estoy mirando nomás. Te aviso cualquier cosa -respondí amable, con el PLAY puesto en el track "de compras, baby".
-Dale, dale, avisáme si te querés probar algo -respondió él en 2da, ya no en 5ta, con el PLAY puesto en el track "at work, sunshine".

El muchacho se quedó paradito cual estatua a 2 metros de mí, como vigilando. Pero no fue su mirada la que me perturbaba sino la de la señora de la derecha. La veía con el rabillo del ojo: alta, flacucha y vestida a todo volumen. Tanto me perturbaba que no quería ni mirarla. Desde que me puse a mirar remeritas que me di cuenta de su presencia. "¿Qué hago?", me pregunté- "¿Le diré algo? ¿y si la miro de una, fulminante, así se deja de joder?". Nada de eso hice. Me abataté y preferí seguir mirando remeritas. Hasta que la noté nuevamente. "Basta, yo la miro y le digo algo, che! ¿Que no tiene nada mejor que hacer, esta mujer?". Y así fue. La miré, enojada, decidida a todo. Fue entonces cuando me di cuenta de que volver a Buenos Aires había renovado en mí la paranoia que creía curada: la señora, quien con tanto ahínco me miraba, era nada más ni nada menos que un maniquí.

¡¡¡Cuánto te extrañaba, mi hermosa y querida Buenos Aires!!!