Estaba yo en un negocio de ropa, ojeando las remeritas estampadas. Qué linda la de rosas, qué simpática la de margaritas, qué anticuada la de azucenas... ¿me llevaré ese vestidito?.
-¡Hola, qué tal! ¿te ayudo? -preguntó exaltado el vendedor hombre en negocio de indumentaria exclusivamente femenina.
-Hola, no gracias, estoy mirando nomás. Te aviso cualquier cosa -respondí amable, con el PLAY puesto en el track "de compras, baby".
-Dale, dale, avisáme si te querés probar algo -respondió él en 2da, ya no en 5ta, con el PLAY puesto en el track "at work, sunshine".
El muchacho se quedó paradito cual estatua a 2 metros de mí, como vigilando. Pero no fue su mirada la que me perturbaba sino la de la señora de la derecha. La veía con el rabillo del ojo: alta, flacucha y vestida a todo volumen. Tanto me perturbaba que no quería ni mirarla. Desde que me puse a mirar remeritas que me di cuenta de su presencia. "¿Qué hago?", me pregunté- "¿Le diré algo? ¿y si la miro de una, fulminante, así se deja de joder?". Nada de eso hice. Me abataté y preferí seguir mirando remeritas. Hasta que la noté nuevamente. "Basta, yo la miro y le digo algo, che! ¿Que no tiene nada mejor que hacer, esta mujer?". Y así fue. La miré, enojada, decidida a todo. Fue entonces cuando me di cuenta de que volver a Buenos Aires había renovado en mí la paranoia que creía curada: la señora, quien con tanto ahínco me miraba, era nada más ni nada menos que un maniquí.
¡¡¡Cuánto te extrañaba, mi hermosa y querida Buenos Aires!!!
Pata... I love you soooo! Y cuando veo estos posts, te quiero mas aun...
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