26 de abril de 2010

Arrorró

Hay ruidos por acá que de tan silenciosos, me adormecen. Me da un placer inmenso escucharlos, y siento deseos inmediatos de roncar. Les cuento de qué ruidos se trata:

1) Ruidos en el tren. Resulta que los trenes de acá tienen una acústica de esas que mi amigo Federico logra en su sala de ensayos musicales. Los asientos son de una especie de felpa, acolchaditos y los pisos, alfombrados. Además, cada vagón es un compartimento y en ambos extremos tiene puertas corredizas de vidrio que los separan de las escaleras de ascenso y descenso de pasajeros. Cuando la gente lee un libro, o el diario y pasa una tras otra las hojas en tal contexto, mis ojos se van cerrando leeeeentamente hasta perder la conciencia. Pero lo que me gana por knock out es el tren parado (porque si bien al andar no hace ruido prácticamente, cuando está detenido en alguna estación, el silencio es exquisito). Cuando no detecto movimiento y escucho a la gente susurrar (mi perdición), no duro ni un pestañeo hasta dormirme. Y si te pega el rayito de sol por la ventana... cuánto mejor! Y después contame la de Tony Kamo...

2) Ruidos de tren en el departamento: No se si conté que nuestro depto está en un 2do piso, y da a las vías del tren. El convoy que pasa por allí es chiquito, porque conecta pueblos con la capital del "condado" (Gifhorn, donde vivimos nosotros). El día antes de mudarnos, la mamá de Sebastián me dijo: "estoy un poco preocupada porque no sé si vas a poder dormir bien, por el ruido del tren...". Me fui pensando en eso y pensaba que si mi primera noche ahí iba a ser víctima del quetrén, quetrén, quetrén, quetrén, se me venía un martes 13. Se lo comenté al Sebastian y se me cagó de risa. Me dijo, "cuando lleguemos a casa, esperamos un tren en el balconcito y vemos qué pasa". No entendí nada hasta que, finalmente, ví un tren venir a lo lejos. Y se acercaba y me preguntaba, ¿será una visión? ¿por qué no lo escucho? ¡lo veo y no lo escucho! Sí, el tren pasó por debajo de mi ventana sin decir ni mú. Me pregunté si las ruedas estarían hechas de goma o algo así, pero en lugar de seguir indagando, me dediqué a escuchar. Me di cuenta de que ese mínimo sonido del tren era una caricita adormecedora de día o de noche. Un placer.

3) En lo de los suegros: Los papás del Sebastian viven en un pueblo por el que pasa un río, el Oker. Resulta que, según cuenta el papá, el terreno sobre el que está construida la casa le costó muy poco, porque no era una zona demasiado residencial 15 años atrás. Hoy, tener una casa al borde del pequeño río es una belleza. Mejor aún, si tu suegro es arquitecto e hizo los planos de la casa prestando especial cuidado a que los vientos fríos no penetren su patiecito. ¿Qué significa esto? Que el jardín de la casa de los suegros es un microclima. Cuando hace frío pero hay sol, en el jardincito sólo se siente el sol, por lo que el placer de sentarse allí a tomar un café después del almuerzo, con el sol pegándote de frente en la cara y el pío pío de los pajaritos es otro cachetazo adormecedor. Me recuerda a mis siestas en mi patio de Bahía, cuando volvía del colegio, almorzaba y me iba al solcito a hacer una siestona. HER-MO-SO.

4) Por último, auto del Sebastian: El papá del Sebastián nos cedió su auto, porque ahora tiene uno semi-nuevo que consiguió a precio irrisorio. El auto en el que ahora nos movilizamos nosotros es otra de mis cunas, por una sola razón: tiene asientos que, en clima frío/fresco, te calientan las pompis. Es automático, siento el calorcito en el poto y los párpados me pesan una tonelada. Arrorró mi niña...

Evidentemente tengo una facilidad suprema para el descanso, pero lo mencionado precedentemente haría dormir a cualquiera, seguramente. Una vez más, otra linda razón por la cual venir a visitarme a Alemania!

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