15 de julio de 2009

Los mocos del chancho


No, no son los míos ni hablo de mí. Bah, sí. Pero no por los mocos.


Resulta que con todo esto de la gripe del chancho, de todos lados nos encierran en casa, como en estado de sitio. Hasta utilizan el término "aislamiento". Tendrían que saber que no sólo los niños se aburren. Estoy a un pelo de ser señora y, sin embargo, me aburro tanto o más que ellos. Y no es bueno para la cintura.


Ayer, en un feroz ataque de hambre a media noche, al Sebastian se le dio por levantarse en la mejor parte de "Las vacaciones de Mr. Bean" para hacerME (sí, el descarado dijo que lo hacía por mí) una "sopresa". No me hago la cocorita porque de solo pensar que la "sopresa" era azucarada, me generaba un manantial de baba. No entiendo por qué el Sebastian le pone tanta voluntad al asunto culinario (el Sebastian es chef). Le pone voluntad, azúcar, manteca, chocolate, crema, manteca, manteca, manteca. ¿Qué hizo? Un experimento, hizo.


Se dirigió a la cocina, me gritó que mi ingreso a ella estaba terminantemente prohibido y al cabo de dos minutos, olor a horno. Adios a mi sueño de la banana con dulce de leche. Era, evidentemente, mucho más elaborado que eso: sacó unas tapas de tarta del freezer, cuando se descongelaron las recortó en pedazos, las rellenó, las dobló y las metió al horno. Con los párpados a media asta, hice fuerzas para llegar al final de su experimento.


Cinco minutos después, bandejita en mano, me pide que le de luz a la habitación. Procedo. Ante mis naríes, un abanico de medialunitas comunes y rellenas, pseudo-empanaditas con jamón y queso y cañoncitos. Obvio, accedí. Que qué ricas, que muchas gracias, que me siento hinchada. Como un chancho. Como el de los mocos.

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